jueves, 18 de agosto de 2011

Sesshu. Pintura abstracta en 1490.



A cualquier pintor de paisaje, yo lo soy; le gusta la pintura oriental.
Ellos tienen varios estilos claros de pintura, especializados en temáticas concretas, como pintor de pájaros, o de flores; nosotros los occidentales no concretamos tanto en lo que pintamos, y esto se debe al modo de afrontar una obra.
Los orientales no observan la realidad como lo hacemos los occidentales, digamos que ellos carecen de un modelo para copiar. Por ejemplo, para pintar estos dos pájaros, el autor tiene que conocer perfectamente la morfología, y el movimiento de los pájaros. Ha hecho mil bocetos y pruebas, pero el resultado definitivo lo pinta de memoria, sin modelo y de un tirón. No los pinta como un científico, sino como un artista que intenta expresar una situación, un instante.

La tinta china es como la acuarela, se trabaja sobre el papel blanco, la superficie del papel es lo más blanco que hay, lo que no permite fallos. El artista intenta que el trazo que realiza sea hermoso, no basta con que el dibujo tenga una forma adecuada.

Con estos condicionantes, es muy difícil hacerlo bien.

Pájaros Mina de Sesshu Toyo

A mi lo que me ha llamado la atención, son estos cuadros de paisaje. Son abstractos. Los occidentales no hemos comprendido esta manera de pintar hasta finales del S. XIX, y todavía hay quien no lo comprende.
Y estas pinturas datan de antes del año 1500, antes del descubrimiento de América, cuando aquí en Europa si acaso se comenzaba a valorar un poco la obra de Leonardo.
Pues los orientales ya sabían que era genial.

Sesshu es el gran maestro de la tinta (suiboku) en la pintura japonesa. Fue un estudioso de la Historia del Arte chino y japonés. Adaptó el estilo de pintura china a la pintura de paisaje japonesa y fue el iniciador de una importante escuela de pintores en tinta en su país. Su relación con el budismo fue muy estrecha llegando a ordenarse sacerdote.

Esta es su cara:

Tiene cara de cansado, y de listo. Vaya retrato más bueno.

Qué maravilla Goyo, qué maravilla.

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