lunes, 13 de septiembre de 2010

ASTILLEROS BACUTA. DIARIO DE UN CUADRO.


Esta es una historia bonita. Hace muchos años cuando vivía en Punta Umbría pinté un cuadro. Entonces yo lo pintaba todo "en plein air", estaba enganchado a salir a la calle con mi caja-caballete. Me trasladaba desde Punta Umbría a Huelva en "la Canoa", una especie de vaporeto choquero con tela de arte. Esta canoa sortea las islas de la ría, la más grande y más cercana a Huelva y a Bellavista es Bacuta. En ella había unos restos de un antiguo astillero que solo se veía desde la canoa, parecía el esqueleto de un dinosaurio. Era tan hermoso que lo busqué con mi Fiat Uno, atravesaba a pie un trozo de campo grande y se llegaba a aquella playa que tenía en frente el polo químico. Un día fui e hice este boceto alla prima, como pintaba yo entonces muchos cuadros.

Decidí hacer un cuadro grande, lo que era una aventura. Me cambió la luz y lo guardé un año entero para terminarlo al verano siguiente. En aquellas dos semanas en que fui a pintar (no iba todos los días) escribí un diario, muy literario, y para mi que bonito.
Aquí va:

Día primero:

desde la canoa atisbo los huesos del animal perpetuo, rodeado de esqueletos de barcos, mi mirada escruta entresijos, recovecos. ¡Babas!, se me caen babas, rabiosos de no poder tirarme al agua y nadar hasta allí con mi cámara de fotos.

Día segundo:

encuentro el acceso erróneo y comienzo la obra, entro de dentro a fuera, sin ver; pero oliendo, ensoñando. El cielo se derrumba de puro placer sobre el vientre fresco de la ría. Ahora río y cielo son un todo, manso e irisado, que se acaba en esta orilla. Si estas embarcaciones se reflejasen así en el cielo, vivas, con la sabiduría de sus tripulaciones acumulada en mil canciones del otro lado del mundo, y en cantes de amor de ida y vuelta. Podrían contar con cirros, las verdades que conocen: como ¡quién cantó el primer fandango!

Mil cangrejos con sus bocas. Dolor de riñones.

Día tercero:

encontré el buen camino, lento y arduo, ¡los bártulos pesan tanto!, y la brisa hincha el lienzo de manera que tengo que ir y venir. En la primera venida veo que mis pies dibujan en la arena, derroteros legibles, la soledad de mis huellas, la sabiduría de no pisar en las huellas de aristas borradas por el caer incesante de granos de arena secos, de reloj. Las pisadas duras de piso nítido y fresco. A mi paso se van escondiendo los cangrejos en sus hoyos.

La marea indómita me destroza el planteamiento, donde había un reflejo blanco hay un azul cobalto. Donde había madera hay robalos.

El antiguo pantalán se lleva mil brochazos. Chilla en estertores como del dinosaurio que lo envolvía y nadaba tiempo atrás. El asiento que me asienta me recuerda la espina de un barco, que pudo estar en la guerra de Cuba y no estuvo porqué encalló en Garachico, y su capitán encandilado por los vinos de Icod retardó tanto el arreglo, que no hubo lugar.

Día cuarto:

mis huellas se mantienen insolutas, nadie ha venido en estos días. De encontrarme aquí un cadáver, yo sabría cuales son las huellas del asesino, además soy el único capaz de encontrarlo.

La costra de los barcos está llena de vida.

Cuando paro para fumar un cigarrillo, observo los cangrejos. ¿ Siempre es el mismo agujero para cada cangrejo, o tienen una cooperativa de la construcción de viviendas? Salto y grito y en menos de un segundo desaparecen todos menos los hermitaños, de piel blanca y largas barbas que me miran bobos, sin darme valor alguno. ¿Será porque tienen visión poli-ocular y no comprenden que lo que hago en dos dimensiones quiera parecerse al lugar?

Día quinto:

Bob Marley destroza la paz. Pinto y bailo. No necesito el sombrero por la bruma y las nubes. ¿Qué querrán decir hoy? Pienso en Antonio López porque los detritus abarrotan esta costa. No solo hay delicadezas. Aún están las pisadas de días atrás. Dejé aquí la botella de trementina, los trapos y la paleta, y permanecen. Me saludan los de la Dragonera, ya me han visto varios días. Mi amigo Joaquín quiere venir; tanto amor le tengo a esta playa, que quizá le defraude. Además es esta mi soledad, aquí inventé mi soledad.

He de buscar la manera de que este cuadro comunique completo. No existen los lenguajes, estoy filmando con los pinceles, esculpo a lápiz. ¿Quién soy yo para creerme tan importante?. El cuadro tiene vida propia, déjalo que se exprese.

-CUADRO:

-YO: ¿Qué quieres , empaste?

-CUADRO:

-YO: Haces bien en hablarme de Rendbrant.

El viejo muelle protesta con sus chillidos de clavos oxidados y la ría se pone violenta con olas y olas a ritmo de Reggae.

Día sexto:

el cuadro engulle voraz, está obeso. He decidido quemarlo, hierve. Me pide que lo deje, abiertamente, sin reparos. Mientras cargo con él, me canta, por lo bajito, bulerías de amor floral entre un jazmín y una rosa. Lleva el compás de mis pasos y el repique de los golpes de la caja en mi rodilla. La marea me ha dejado aislado...

Cada vez me siento menos importante.

Construyo un puente con unos maderos y arrojo el cuadro al agua. Se funde.

Día séptimo:

¡ay, ay!. Hay huellas ajenas. Todo el día pendiente de cualquier ruido. Son huellas que van pero no vuelven. Driping para texturar el suelo. El suelo es sólido y es líquido, pasa de la arena al agua; las conchas no flotan, reposan sobre la superficie del agua.

Las marcas iniciales ya han desaparecido del cuadro. El agua le hizo bien, ha deshumanizado las formas. La marea sube tan pronto que no voy a volver hasta dentro de una semana por lo menos.

Es curioso que yo pueda subir y bajar la marea a mi antojo, a lo mejor soy más poderoso de lo que creía; puedo desplazar troncos de mil kilos de peso; puedo hacer soplar el viento, como en aquel retrato de Flora.

Foto del estado en que lo guardé. Trabajé sobre él algo en mi estudio de mi casa, y continua el diario:


Un verano después.

Día último:

Aquí estoy con mi cuadro. Durante este invierno lo pintado y repintado sin venir a esta playa. Me ha encantado encontrar la libretilla en la que llevé el diario y leerla. Nada ha cambiado. Yo pensaba que el viento y la lluvia destrozarían las ruinas de los barcos que aquí se encuentran, pero no. Esto me hace pensar que es posible que todo esto esté muriendo en un proceso tan lento que yo no pueda alcanzar a verlo. Seguro que vengo dentro de cuatro o cinco años y todo sigue igual. Estoy sentado en el mismo palo que me senté hace un año...

En cuatro horas y pico sólo he dado unos brochazos. Son precisos y le hacen bien.

Estoy contento con este cuadro. Es posible que al público no le acabe de gustar, por ser un poco triste. Para mí es hermoso. Es parte de mi personalidad. En estos momentos no pintaría más que paisajes como este, tan cargado de historia y tan lejos de lo tópico. Es de las cosas que me hacen seguir pintando. Tengo que recordar escribir este diario en el ordenador.

Este diario fue escrito en la isla Bacuta.


Posdata.

No tengo foto de este cuadro terminado. Espero que su propietario me la mande pronto para ponerla aquí. Me contó mi amigo Juan que la isla Bacuta fue usada en la posguerra como cárcel. Simplemente soltaron a los hombres allí, para dejarlos morir sin proporcionarles nada, ni alimento, ni medicinas. Cuando pasó un mes no quedaban ni hojas en los árboles. Este paraje de la ría de Huelva debió ser un paraíso natural, ahora pasa por allí la carretera del espigón que une las distintas islas. Han puesto un centro cultural al que no va nadie en el que se hacen exposiciones de arte contemporáneo. La Canoa también es motivo de historias, de amor, de peleas, de caídas, de niños perdidos, incluso de algún naufragio con ahogados y más; la gente las cuenta, y como yo tengo buen oído me quedo con todo, quizá algún día os cuente alguna...

1 comentario:

  1. Supongo que no hace falta que te diga los buenos recuerdos que me trae la historia de este cuadro. Aunque para mí siempre tendrá forma de canción.

    Algunos locos sí vamos a ese centro de visitantes. Desde hace unos cuatro años me aficioné a salir a ver aves. Cuántas tardes, viviendo en Huelva, he salido con mi coche y los prismáticos a darme un paseo por las Marismas del Odiel. También muchas veces con la bici. Aparte de a las personas, es con diferencia lo que más echo de menos de Huelva.

    Un abrazo, poeta.

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