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La pintura que presento en esta exposición está en la base de mis preferencias y mi formación como pintor. Cuando terminamos en la facultad, varios compañeros embelesados con el paisaje tomamos un camino muy influenciado por la obra de Antonio López, que por aquel entonces estaba de moda. Los procedimientos y el dibujo por encima de todo. En esa época comenzamos a visitar el Museo, en busca de lo que nos pudieran aportar los paisajistas del XIX como Sánchez Perrier y de paso, por lo menos yo, nos quedamos prendados con los cuadros de casacón de García Ramos y con Fernando Tirado y la “Emboscada en África”. Aquella era una pintura maravillosa, alejada de todo lo que habíamos conocido, de los manidos Ismos, tantas veces nombrados culturalmente como patrón de modernidad y en la práctica de la realidad anticuados y ramplones, a los que todo el mundo imitaba (incluído yo) como si fuese aquello algo difícil de imitar. Este proceso de cambio duró unos años, para mi fue una suerte progresiva de cambiar el tamaño de los pinceles, y recogerme sobre mis cuadros, deseando que el color tuviese el acento perfecto y ocupase el espacio perfecto, pasando de ser un pintor que pinta de pies a ser un pintor que se intensifica sentado ante un pequeño cuadro.
En cuanto uno estudia a estos pintores paisanos de principios del siglo XX llega a Fortuny. De él decía Salvador Dalí que era la bisagra divisora de la Historia de la Pintura. Para mi, es una mezcla de Veermer de Delf y Velázquez, los dos más grandes genios Barrocos.
Ya hace unos años hice en la Fundación Sousa Pedro de Lisboa una exposición sobre costumbrismo, a los visitantes portugueses les gustó mucho, sobre todo los cuadros de temáticas taurinas a las que miraban como el que mira algo exótico, y es que los tópicos lo son hasta que cruzas al pueblo de al lado, donde tienen los suyos propios. Me gustó hacer esta exposición, buscando a Veermer en mi pintura, de pequeños retratos dinámicos llenos de motas bien puestas para definir el aire en las estancias. Retratos de mi familia y de algún amigo.
Hace unos meses se expuso en Sevilla “El paisaje nórdico en el Prado”, en la que descubrí que los Brueghel otros pintores barrocos más inocentes y desconocidos como Joos de Momper el Joven, Paul Bril y Jan Both también jugaban con el costumbrismo y el paisaje, y entre ellos brillantísimo Claudio de Lorena. Me encantó esta exposición, y vi en ellos sin conocerlos previamente muchas concomitancias con mi propia pintura. Resulta que muchos pintores a lo largo de siglos de Historia han llegado a la misma conclusión que yo. ¿Será resultado del ejercicio de la profesión de pintor?
En esta ocasión expongo en el Centro Cultural Casa de las Monjas de Espartinas. La sala de exposiciones es magnífica. La gente que trabaja allí y me ha ayudado a exponer también. La Hermandad del Rocío de Espartinas tiene tres cuadros de mi autoría, sirvieron como carteles anunciadores de la peregrinación del año. Otros cuadros he realizado para ellos, los han utilizado como presente para regalar a amigos suyos en fechas de boda, o de homenaje. Yo estoy muy agradecido a esta Hermandad, porque me ha abierto la puerta del precioso tema que yo no había pintado nunca, que es el camino del Rocío, con sus personajes y su devoción, su luz y su atmósfera polvorienta que filtra la vegetación natural. En esta exposición, la Hermandad me ha prestado estos tres cuadros para exponerlos. Uno de los encargos que me hicieron hace unos años era una imagen en la que se viera la unión existente entre las dos hermandades de la localidad, la del Rocío, y la Hermandad Sacramental. Yo pinté una escena nocturna en la que el paso de la Hermandad Sacramental visitaba la casa de la Hermandad del Rocío, este cuadro fue muy difícil de realizar porque la escena había que crearla de la nada, el resultado sorprendió a los que me encomendaron esta labor por sus visos de realidad y me hicieron llegar su satisfacción. La Hermandad Sacramental de Espartinas también ha tenido a bien prestarme este cuadro. Mi pintura es el nexo de unión entre mi persona y esta localidad, y el hecho de que se vea expuesta en la Casa de la Cultura me satisface pues así mucha gente ajena los puede contemplar.
Hace un par de años, un afamado galerista de Madrid se refirió a mis cuadros costumbristas como una temática rara, argumentando que no había muchos pintores dispuestos a hacerla. Esta cuestión me sorprendió y razonándola me di cuenta de que llevaba razón. Resulta que el prejuicio entre los que nos dedicamos a esto está matando una parte preciosa y viva de nuestra propia cultura. Desde entonces he perdido la vergüenza y los prejuicios que yo mismo he tenido. Por eso hago esta exposición.
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